La infertilidad, según la definición llevada a cabo por la Organización Mundial de la Salud (OMS), es una disfunción biológica que podría englobarse dentro del espectro de enfermedades crónicas; aunque hay que resaltar que su sintomatología más bien saldría del ámbito físico para situarse en mayor medida dentro de una serie de reacciones emocionales que generan un malestar y que aparecen dentro de diferentes áreas vitales.
Por otro lado, cuando hablamos de desajuste emocional nos estamos refiriendo a las alteraciones de carácter emocional que se presentan cuando hemos de enfrentarnos a situaciones estresantes que se escapan a nuestro control y que no presentan los criterios necesarios para hablar de una psicopatología. Por el contrario, estas alteraciones pueden representar la primera fase de un proceso normal de adaptación, aunque cuando aparecen y la persona está sufriendo no siempre es capaz de ver la normalidad de estos procesos adaptativos.
Dentro de este desajuste emocional producido por la infertilidad las reacciones más frecuentes son las relacionadas con sintomatología ansioso-depresiva. Recordemos que para que exista un diagnóstico de infertilidad ha transcurrido un mínimo de un año sin haber logrado un embarazo en mujeres menores de 35 años y un mínimo de seis meses para mujeres mayores de 40 años. Durante este periodo, un proyecto que comienza con una gran ilusión y que según pasa el tiempo no se consigue puede generar unos niveles de frustración que no hacen más que incrementarse una vez recibido el diagnóstico. Todas las creencias sobre la fertilidad y todas las expectativas han de sufrir un reajuste una vez que se confirma la existencia de un problema, que además no siempre existe de forma claramente definida.
Cuando se empieza con los tratamientos, de nuevo las altas expectativas sobre la reproducción asistida, y más en concreto sobre la Fecundación in vitro (FIV), pueden jugar malas pasadas. No es inusual que las parejas lleguen a consulta pensando que, una vez puestos en manos de los especialistas, su problema tiene fácil solución y que pueden conseguir un embarazo en un tiempo relativamente corto. Pero cuando nos enfrentamos tanto a la falta de control sobre el resultado de los tratamientos como a la probabilidad de que puedan darse una serie de “fracasos terapéuticos”, es normal que ese desajuste emocional surja con más fuerza ya que la persona se ve indefensa a la hora de enfrentarse a la nueva situación y, sobre todo, a lo que es más importante, al temor de que no se consiga el embarazo y se vislumbre la perspectiva de una vida sin hijos.
El papel del psicólogo en reproducción asistida es esencial ya que va a permitir evaluar cuál es el grado de ajuste emocional de la pareja estéril así como cuáles están en riesgo de desarrollar un trastorno o si existe una imposibilidad de afrontar tanto el tratamiento como unos posibles resultados negativos. Los niveles de estrés elevados y la sintomatología depresiva pueden repercutir de forma negativa en el proceso puesto que nos hacen más vulnerables a la hora de afrontar todos los obstáculos que podemos encontrarnos en el camino, nos pueden hacer perder la perspectiva de la realidad y alterar nuestra capacidad a la hora de tomar decisiones.
En la Clínica Tambre, disponemos de una Unidad de Apoyo Psicológico para todos aquellos pacientes que se hallen en tratamiento de reproducción asistida y requieran algún tipo de soporte de carácter emocional.
Mónica Bascuñana Garde
Psicóloga en Clínica Tambre