Normalmente, el diagnóstico del factor masculino no debe basarse en un único espermiograma ya que la producción de espermatozoides puede alterarse por múltiples factores: infecciones, drogas, calor, tabaco, etc… y puede durar pocas semanas o muchos años. Incluso el recuento puede variar de una semana a otra en un hombre normal. Por tanto, son necesarios al menos dos seminogramas, con separación de entre una semana y tres meses entre ellos, para un diagnóstico fiable de esterilidad.
Además, salvo en casos de azoospermia, un resultado anómalo del espermiograma o seminograma no indica que dicho varón sea estéril y no pueda conseguir un embarazo incluso por medios naturales, pues basta con que un espermatozoide, de los varios millones que suele aportar cada eyaculación, llegue al óvulo y lo fecunde para que se pueda producir el embarazo. Por ello, aunque hay unos criterios específicos e internacionales dados por la Organización Mundial de la Salud que califican al semen de ‘anormal’ y aproximadamente dan una idea de las posibilidades de conseguir un embarazo, este no es un criterio exacto; solo pueden indicar que un hombre, con determinadas características en su semen que permiten calificarlo de patológico, tiene menores posibilidades de conseguir un embarazo en cada relación o ‘puede’ tardar más tiempo en conseguirlo que otro con un semen que cumpla todos los requisitos para calificarlo como ‘normal’.
Por ello la utilidad de un espermiograma en un adulto sano antes de buscar un embarazo para valorar su fertilidad es escasa. Sin embargo, es alta cuando buscamos el tratamiento más adecuado en una pareja que ya lleva un tiempo suficiente buscando el embarazo sin conseguirlo. Sobre todo porque aunque haya factores femeninos también implicados, si observamos un semen anómalo o subfértil podemos inferir que esta baja calidad puede influir en no haber conseguido el embarazo deseado.