Ya se han acabado las vacaciones. Acabo de incorporarme de nuevo al laboratorio y al quehacer diario. Parece mentira pero la verdad es que lo echaba de menos. Y ahora, en estos tiempos más que nunca valoras lo que es poder volver al trabajo. Y además, a uno que me gusta.
Siempre he pensado que el año, en realidad, no empieza en enero sino en septiembre: nuevos planes, el fin de una etapa de descanso, y, siempre cambios.
En el ambiente se respiran tiempos de crisis. En todos los ámbitos. Odio esa palabra, pero la tenemos ya incrustada en nuestro día a día. Y entiendo que sea cada vez más difícil para las parejas poder afrontar un tratamiento de reproducción asistida. Y hoy, quizás por tener la mente y cuerpos más descansados, percibo aún más el esfuerzo económico que significa, y que se traduce en una disminución de las parejas que acuden para solucionar su problema.
He visitado algunas páginas web y me han llegado durante las vacaciones algunas comunicaciones de ciertas clínicas. Y nunca imaginé que llegáramos a esto: el ‘low cost’ en reproducción asistida. He tenido que leerlo varias veces para poder entenderlo y sigo sin comprender.
Conozco los precios de los tratamientos pero también sé que los medios de cultivo son caros. Y las agujas de punción folicular y las cánulas de transferencia. Todo el material que utilizamos es exclusivo y debe de cumplir los más estrictos controles de calidad para poder utilizarlos con garantías en nuestros pacientes. Por eso no puedo entender que se realicen tratamientos de reproducción de ‘primera’ y de ‘segunda’.
Este verano me hablaban de la proliferación de marcas ‘blancas’ en los supermercados y que están aumentando las ventas los comercios tradicionalmente más económicos frente a los que supuestamente presentaban mayor calidad. Y esta filosofía, se está expandiendo en todos los ambientes.
Pero la reproducción asistida es medicina. Y la medicina exige unos requisitos indispensables para poder tener garantías de éxito.
Solo soy una bióloga, no conozco los intríngulis económicos que rigen la economía de las empresas. Sin embargo, el sentido común me dicta que en época de bonanza, los precios de los ciclos de reproducción asistida deben de estar ajustados en un equilibrio entre la calidad y los beneficios. Por eso no entiendo que ese equilibrio se rompa en tiempos de crisis. Y si esto es así, la balanza se inclina hacia la falta de calidad o la ausencia de beneficio. No creo que ninguna empresa haya optado por esta última opción.
¿Se puede lograr igualmente un embarazo en una pareja con un tratamiento de reproducción asistida a bajo precio? Porque si es así, ¿qué se estaba haciendo antes? ¿Cuándo es el engaño, antes o después?
Lo único que se me ocurre pensar es que si necesitara un tratamiento médico, no acudiría a centro que me ofreciera la solución más económica, sino el mejor resultado. La reproducción humana es salud, y, como tal, debemos de trabajar para conseguir los mejores resultados y la mayor calidad. Y creo que la ética en esta especialidad de la medicina debería estar más presente.
Rocío Núñez Calonge
Embrióloga y subdirectora de la Clínica Tambre.